Los gnomos del Sunset Mall

 

El día en que nos preguntamos POR QUÉ llevábamos aquellos incómodos gorros picudos (¡Incómodos de la leche! ¡En serio! Yo me caí cieeentos de veces hasta que me acostumbré al mío cuando era pequeño, porque eran tan-tan-tan condenadamente largos que hasta que te hacías a ellos…, ¡te desestabilizaban!) por los que todas las puertas de todas las casas de todos los gnomos de todo el mundo medían más del doble de lo que mediamos sin ellos, ese día TOOODO se fue a tomar por el culo.

En adelante, aquel día sería recordado como el día de la GRAN pregunta. El gnomo al que se le ocurrió (el que planteó la cuestión, el que sembró la duda, el mismo que creyó haberse levantado especialmente lúcido aquella mañana…, un tal David Cejaespesa) ignoraba en aquel momento la repercusión que aquello podría tener, y puede que de haberlo sabido hubiese permanecido con la bocaza cerrada, porque lo que entonces Cejaespesa no podía imaginar era que aquella pregunta (la GRAN pregunta), SU pregunta…, iba a suponer el final del estilo de vida de los gnomos desde hacía más de ciento cincuenta millones de años; ya que a raíz de entonces cambiaron muchas muchas muchas muchas cosas más, pues los gnomos (sobre todo las generaciones más jóvenes, de menos de doscientos años) ya no podrían evitar plantearse otras muuuchas cuestiones, como el por qué calzar botas de piel de gato cuando Nike saca al mercado las (¡pedazo!) deportivas que saca todos los años. Y fue de esta forma como el gnomo común pasaría de vestir pantalones bombachos de lana y camisas con estampados de cenefas de colores…, a vestir vaqueros (ahora la moda es llevarlos caídos, por debajo de la cintura, mostrando un poquitiiito el calzoncillo; con lo cual ahora TAMBIÉN llevamos calzoncillos, ya que los gnomos nunca antes utilizaron ropa interior, a excepción de nuestras hembras) y camisetas cuando más llamativas mejor (por peligroso que esto todavía nos pueda parecer, puesto que es un reclamo de la leche para cualquier depredador hambriento que habite ese mismo bosque).

Y así fue como Cejaespesa acabaría escondido quién sabe dónde perseguido por los círculos de gnomos más conservadores de todos los tiempos, y nadie, jamás de los jamases, volvió a verlo más.


La partida

 

Su bosque era el más grande de todos los del estado de Florida, en los Estados Unidos. En una ocasión, el viejo Neichi le había dicho que este contaba con más de quinientos mil acres (¡nada menos!) y aquello era de lo que se había servido Bulky para decirse a sí mismo (con el tono de voz más decidido que fue capaz de lograr aquella mañana de principios de verano) que no debía tenerle ningún miedo a la siempre exagerada “GRAN ciudad”.

Desde la raíz de su árbol, en el bosque nacional de Apalachicola, hasta la ciudad de Tallahassee, Bulky tenía por delante la friolera de seis kilómetros, y como no existía ningún tipo de transporte público que llegase hasta Tallahassee, debía cubrirlos a pie. Así que aquel día se levantó bastante más temprano de lo que era habitual para cualquier gnomo de la región, cogió su petate que ya había dejado listo la noche anterior y, después de un rápido lavado de cara y de un último vistazo al recibidor de su casa antes de cerrar la puerta, emergió de la raíz que llevaba taaantos años guardando la entrada a la casa de su familia, y… se echó a andar.

Bulky era un gnomo alto, y esto era algo muy, muy, muy raro entre los gnomos de cualquier región del mundo, ya que la mayoría, al alcanzar la edad adulta miden exactamente lo mismo: tres con ocho centímetros, y Bulky medía CUATRO (ni un milímetro más ni un milímetro menos). Aparte de su exagerada estatura era también un gnomo bonachón, se llevaba bien con tooodo el mundo (excepto con la vieja Helga, pero nadie se llevaba bien con la vieja Helga), adoraba sembrar, cuidar y recolectar la camomila (negocio al que desde siempre se había dedicado su familia, y él concretamente a partir la tempranísima edad de tan solo cincuenta años), disfrutaba del ejercicio al aire libre (era un nadador extraordinario, sieeempre lograba el primer puesto en la competición de dos metros braza en las fiestas de principio del verano; todos, todos los años), vestía de verde y marrón (porque era un gnomo tradicional) y llevaba la barba taaan bien recortada que era la envidia de muchos. Como todos los gnomos de su generación, y por tradicional que fuera, Bulky no llevaba el típico gorro picudo de los gnomos de antaño, porque ya nadie los lleva; sin embargo, llevaba la cabeza cubierta con un porkpie de color azul claro porque, como a muchos otros también les ocurría, Bulky NO podía dejar la cabeza descubierta.

 

A horas tan tempranas andaba el sol aún desperezándose, estiraaando cual ocioso haragán todos y cada uno de los rayos que de su cuerpo radiaban, solicitándole de esta forma su relevo a un gajo de luna que parecía no decidirse a marchar todavía. Entonces Bulky se detuvo un segundo en el camino, sonrió y le dedicó dos a aquel instante, y después rio y alzó la vista, dejando que el aroma de la tierra húmeda por el rocío y el que desprendían las plantas y flores que a su alrededor amanecían se colase ufano por sus fosas nasales y espabilase sus sentidos.

—Ahhh… —aspiró una larga bocanada de aire, como si fuera capaz de alimentarse de este y no precisar de más alimentos —¡Meee voooy! —gritó de repente a todos los habitantes del bosque y a ninguno en particular.

Entonces rio de nuevo y devolvió la vista al frente: el habitual paisaje de pinos de copas piramidales se abría ante él invitándolo a correr en busca de un nuevo estilo de vida, de una nueva aventura, y nada podía hacerle sentir mejor :) así que siguió andando. A orillas de los ríos del bosque más cercanos a su casa, donde taaantas veces se había zambullido, crecían una gran variedad de plantas y arbustos de coníferas en los que se fijó entonces con una extraña melancolía que nunca antes habían despertado en él; sus aguas alimentaban a diario los altos pinos de hoja larga que crecían por todas partes donde Bulky posaba ahora la mirada, y densas áreas de árboles de madera dura de hoja perenne y de hoja caduca así como enormes cipreses daban lugar a pequeñas zonas pantanosas coronadas aquí y allá de hierbas y juncos a las que les dedicó unos segundos de más antes de seguir su camino, cuando de repente una iiimpresionante águila de cresta blanca hizo aparición e inició su descenso cerca del Lost Lake en busca seguramente de algún pez despistado que llevarse al gaznate con el que alimentar a sus polluelos nacidos antes del verano. Pero Bulky dejó de lado sus pensamientos y se dijo que no debía retrasarse si quería llegar a la hora acordada, entonces sonrió, satisfecho del paisaje que lo rodeaba y orgulloso de formar parte de este, y continuó su camino.

 

Poco a poco la luna iba cediéndole terreno al sol, este atravesaba ya las copas de los árboles más altos con sus primeros rayos como largas lanzas luminosas clavadas en la tierra entre la espesura, cuando al fin Bulky alcanzó la linde del bosque y salió a la carretera: un exteeenso túnel de suelo de asfalto y techumbre de hojas que impedían casi por completo la entrada a la luz del día. Una interminable línea de color amarillo (a ratos continua, a ratos discontinua) atravesaba por el centro la carretera de asfalto desde quién sabe de dónde venía hasta quién sabe a dónde llevaba, entonces se colocó en el centro de esta y continuó caminando a partir de ahí (pues como cualquier gnomo con dos dedos de frente sabía, el centro era el lugar más seguro en caso de que alguno de aquellos gigantescos vehículos de motor le pasara por encima; fueron necesarias las vidas de muuuchos gnomos de camino a Tallahassee caminando a uno y otro lado del arcén de esta carretera para que un día finalmente alguien se diera cuenta de ESTO).

Y de esta forma, recorriendo la línea amarilla en el centro de la carretera hacia Tallahassee donde con toda seguridad encontraría transporte hasta Miami, Bulky rememoró los instantes de la noche anterior en que incluso a la pequeña Beba, que aún no había aprendido a hablar y que parecía no entender nada de lo que ocurría a su alrededor, se la veía apenada en brazos de su madre como si fuera capaz de adivinar lo que allí se cuajaba. Los trillizos Miky, Billy y Jimmy dijeron que querían irse con él, pero enseguida el viejo Neichi se encargó de recordarles que solo contaban con cincuenta y pocos años aún y que eran demasiado jóvenes todavía como para dejar el bosque. Su abuela Helmi (o Mamá Helmi, como a él le gustaba llamarla) le entregó envuelto en hojas de nogal tooodo tipo de alimentos entre los que había setas de pollo frito y rebozuelo (que eran sus preferidas), gachas de semillas herbáceas, un GRAN cuscurro de pan, media docena de huevos de hormiga, uno de sus famosos bizcochos de especias hecho con azúcar de miel de remolacha y también un pequeño odre del mismo aguamiel que había elaborado recientemente con motivo de las fiestas de principio del verano; después de eso le pidió que volviese pronto y finalmente le plantó un cálido beso de despedida en la frente mientras dos diminutas lagrimitas resbalaban desde sus párpados hasta sus arrugadas mejillas. Doug le dio un abrazo, una palmada en el hombro que CASI lo descuajaringa y también su siringa (la misma que tocaba siempre que celebraban la danza de las palmadas en las botas al inicio de cada estación); Bulky le dijo que no podía aceptar un regalo como aquel, pero Doug insistió y al final la siringa acabó formando parte también de su apretado petate. Suspiró…

—Aaay…

Y entonces sintió cómo se le hacía un nudo en la garganta, y suspiró de nuevo, de forma en-tre-cor-ta-da, hasta que sus ojos comenzaron a anegarse con lágrimas que sus párpados fueron incapaces de contener.

Pero en unas horas el bosque se llenaría (como tooodos los días del año, y más aún por aquellas fechas) de turistas ENORMES, y para entonces Bulky ya tendría que haber llegado a la estación de autobuses de Tallahassee si no quería preocuparse de cruzarse con ninguno de ellos en su camino. Así que hizo un esfuerzo, se sacudió de encima las penas, desenredó el nudo que todavía le atenazaba la garganta y continuó andando (pues existían varias zonas en Apalachicola abiertas al público destinadas a los turistas venidos desde cualquier rincón del mundo, en su mayoría de los Estados Unidos y más concretamente del estado de Florida, pero por suerte no todo el bosque estaba abierto al público y Bulky y los suyos habitaban aquellas zonas en las que los ENORMES se prohibían entrar a sí mismos).

 

Así, el día iba ganándole la partida a la noche, y en las horas que siguieron se cruzó con una familia entera de mapaches que pasaron corriendo por delante mismo de sus narices en busca seguramente de algo que desayunar. También vio un enorme oso negro en el lado del bosque que quedaba a su derecha, bamboleándose perezoso a izquierda y a derecha, posiblemente también en busca de algo que llevarse al hocico; vio una pareja de tortugas que cruzaron la carretera sin ninguuuna prisa y también un pequeño claro oculto por las copas de los pinos en el que dio con un precioso arbusto salpicado de bellas harper de color amarillo que le susurraron al viento que, por lejos que fuese, no hallaría jamás en ningún rincón del mundo lugar MÁS bello para vivir. Y al cabo de las horas y con un sol radiante por fin brillando sobre un cielo despejado de nubes, se percató de que había llegado (¡casi sin darse cuenta!) a la capital del estado de Florida, al “pueblo viejo”, el mismo del que el viejo Neichi le había contado tantas y tantas historias de su juventud (de eso hacía más de quinientos años), de cuando ahí habitaban todavía miembros de la tribu Apalachee con los que había entablado una gran amistad y de la cantidad de productos agrícolas con que la Misión de San Luis de Apalachee surtía a la colonia española de San Agustín y de los que también le proveían a él, dado que la mayoría no podían encontrarse en el bosque; “…pero los ENORMES de ahora no son como los de antes” le decía entonces el viejo Neichi “¡Procura que no te vean!”.

En cuanto entró en Tallahassee, Bulky se dirigió (haciendo caso del mapa que el viejo le había entregado el mismo día en que le habló de que quería ir a Miami) hacia Tennessee Street, pues sabía que, desde ahí y sin dejar esa calle, desembocaría directo en la estación de autobuses de Greyhound que quedaba justo detrás de la Catedral de Saint Thomas. Aquella no era la primera vez que Bulky visitaba la ciudad de Tallahassee; sin embargo, en esta ocasión se le antojó diferente a la que recordaba de su última visita hacía escasos veinte años, y se dijo que mientras los gnomos eran una comunidad que se mantenía fiel a sus viejas costumbres por miles de años que pasasen, al parecer los ENORMES evolucionaban a pasos agigantados (entonces pensó que sin quererlo había hecho un chiste y se echó a reír mientras recorría resuelto Tennessee Street). Claaaro que, y de repente se detuvo y recapacitó…, pues por aquel entonces los gnomos parecían querer avanzar en un solo siglo (desde el día en que se formuló la GRAN pregunta que lo cambiaría todo para siempre) lo que no habían hecho durante los últimos ciento cincuenta millones de años. Aquello era algo que lo preocupaba, y fue aquel salto generacional TAN desmesurado, de hecho, lo que lo había animado a abandonar de repente su bosque para poder ver con sus propios ojos hacia dónde corría con tanta prisa su especie.


Miami

 

—¿Todavía no…?

—No.

—¿Cuánto MÁS crees que tarde? —Rick apareció por detrás de Jona y se sentó a su lado sobre el expendedor de periódicos de la estación de autobuses de la Sexta Avenida a la altura de Griffing Boulevard, traía consigo una enorme patata frita que en cuanto vio (junto con un montón de otras enormes patatas fritas, abandonadas en el interior de un cucurucho de papel sobre un banco de la estación y a las que él mismo se había referido como french fries) no dudó un instante en bajar a buscar. Jona le había dicho que con total seguridad esas patatas fritas estaban hechas en los Estados Unidos y que, por lo tanto, no eran más que eso, patatas fritas, y NO french fries— Eeen serio… —preguntó otra vez—: ¿Crees que tarde mucho aún…?

—Nah… —negó Jona con la cabeza, al cabo— Estará al caer.

Y de repente ambos escondieron ráaapidamente el cuello entre los hombros y alzaron la mirada al cielo e hicieron temblar sus manos y gritaron “¡Ahhhhhhh!”, y después de eso rieron (habían repetido esa misma broma cientos y cientos de veces desde el día en que empezó a asomarles vello en la barbilla).

—Sí. Debe de estar al caer —seguía riendo Rick mientras le hincaba el diente a su enorme patata frita—. ¿Quieffes…? —le ofreció a su amigo.

—No —rehusó Jona—. Gracias. Hoy ya he comido.

—¿Ffabes que Obama… —tragó y continuó hablando, cambiando de tema— ha dicho que están preparados para un ataque inminente sobre Siria?

—¿Eeen serio…?

—Eeen serio. Lo he leído en la portada del periódico mientras subía.

—SOLO saben matarse los unos a los otros —opinó Jona de pronto, arrancando finalmente un trozo de patata frita de la enorme patata frita de Rick—. Como si el mundo no fuera lo suficientemente grande para todos —sentenció mientras se la llevaba a la boca y masticaba ruidosamente— Efftá ffeca… —añadió después con la boca llena.

—No seas quejica, lego —lo riñó su amigo—. En serio… ¿Crees que tarde mucho aún…?

—A saber —pero también Jona se preguntaba por qué sería que se estaba retrasando tanto—. Puede… —dilucidó entonces— que el autobús en el que viaje haya tenido un reventón, no sé… —se aventuró a predecir— O que el conductor haya sufrido un ataque. O que alguna pasajera ENORME se haya puesto de parto. O que…

—…O que simplemente haya perdido ese bus y haya tenido que coger el siguiente —opinó Rick también, quien se daba perfecta cuenta de cuán nervioso tenía a su amigo aquel encuentro por el cual llevaba contando los días (¡y el último día, las horas!) desde hacía YA una semana; el gnomo al que esperaban era alguien importante para Jona y hacía un siglo (literalmente) que no lo veía, cosa que y desde hacía días también no dejaba de recordarle contiiinuamente.

—Sí. Eso también puede ser —admitió Jona entonces.

Y de pronto un nuevo autobús entró en la cochera, uno de esos de chapa metálica de dos plantas con el dibujo de un galgo enorme corriendo plasmado por ambos lados. Este aminoró, se detuvo y abrió las puertas con un chasquido metálico y un ruido de descompresión… ¡Y enseguida una ingente cantidad de ENORMES se apeó a toda prisa atropellándose los unos a los otros como si el interior del vehículo estuviese en llamas! Y cuando por fin ya se hubieron bajado todos, desde el último escalón saltó al asfalto un gnomo que a simple vista le pareció a Jona salido de los cuentos de gnomos que Mamá Helmi les contaba a él y a su primo Bulky cuando no eran más que unos críos y no querían irse a dormir, aquellos en los que todavía vestían aquellos enormes gorros picudos (claro que el gnomo que acababa de bajarse de aquel autobús no llevaba gorro picudo, sino uno achaparrado, pero vestía eeexactamente igual que el típico gnomo de provincias: pantalones bombachos, camisa de cuadros y botas de pelo).

—¿Eees…, él? —le preguntó Rick entonces, dejando a un lado el resto de su patata frita sobre el expendedor de periódicos, aguzando la vista.

—Nooo looo séee. La verdad… —admitió Jona, aguzando de igual forma la vista con tal de salir de dudas— Niiiidea —decidió finalmente—. ¡Hace MÁS de cien años que no lo veo!

—Pues vamos —lo animó Rick entonces, disponiéndose a bajar.

—Sí. Vamos.

 

Aquel gnomo se había quedado compleeetamente quieto, ¡como congelado!, en medio de la calle que servía de cochera a los autobuses que seguían llegando y que al rato partían de nuevo, mientras miraba a izquierda y derecha con estupefacción :/ demostrando no tener NI IDEA de a dónde dirigirse a continuación. Pero cuando Jona y Rick finalmente llegaron hasta él, aquel dejó en el suelo a su lado un enorme petate que traía consigo y, sin mediar palabra, se los quedó mirando.

—¿Juan…, Aveces…? —pronunció el recién llegado.

—¿Bulky…, Aveces…? —respondió el aludido.

Y entonces los dos se echaron a reír ruidosamente y se fundieron en un larguíiisimo abrazo mientras Rick permanecía, a un lado, con aspecto circunspecto y las manos en los bolsillos.

—La leche, legos… —dejó caer Rick al cabo, en vistas que de seguir así aquellos dos podrían quedarse pegados para toda la eternidad.

Al fin se separaron, pero aún se otorgaron unos instantes de más que dedicaron a contemplarse el uno al otro sonriente, tras lo cual rieron y volvieron a reír, sujetándose por los hombros como si el solo hecho de soltarse significase que fueran a irse de bruces al suelo.

—¡Juan! —clamó Bulky entonces, satisfecho de reencontrarse POR FIN con su primo.

—“¿Ju… an…?” —le preguntó de repente Rick a Jona.

Entonces Jona le dedicó un segundo a su amigo Rick, y le explicó:

—Sí. Juan. Juan Aveces. Juan A. John A. Jon A. O sea…, Jona.

—“¿Jo… na…?” —le preguntó entonces Bulky a Juan.

Y Juan volvió a centrar toda su atención en su primo, y le explicó, también:

—Sí. Jona. Jon A. John A. Juan A. Juan Aveces. O sea…, Juan.

—¡Caaarámbanos! —opinó Bulky.

—¡Joooder! —opinó Rick.

—¿Así que ahora te llamas Jona? —preguntó Bulky de nuevo— ¿En SERIO…? —Jona asintió— ¿Jona…? —volvió a la carga Bulky, preguntando a la vez que escuchando que tal le sonaba aquello salido de sus propios labios— Jooona —una vez más.

—Sí…, Jona —repitió Jona.

—Jona —añadió Rick.

Y dirigiéndose (Jona) a ambos:

—¡LEGOS! ¡¿Podemos dejar de repetir mi nombre como si fuésemos una panda de trolls que se han pillado un pedo?! ¡¿Pooor favor…?!

—Claro —reaccionó Bulky—. Oye… ¿Quéee NARICES le ha pasado a tu barba? —fue lo siguiente que le preguntó (y no es que a la barba de Jona le hubiera ocurrido nada, sino que, simplemente, ya no estaba donde Bulky recordaba que siempre estuvo).

—…Bulky —le explicó Jona a su primo entre risas—. Eso ya no se lleva. No…, aquí.

El amigo de su primo, se fijó Bulky entonces, también iba afeitado, y de repente se dio cuenta de que no podía mirarlos directamente a la cara sin fijarse en sus mejillas imberbes y después torcer sin querer el rostro.

—Vaaaya… —opinó Bulky finalmente, atónito aún ante la extrañeza que le producía contemplar a un gnomo sin barba— ¡Hasta UNA gnomo tiene más barba que vosotros dos! Por lo menos la pelusilla esa que les nace debajo de la nariz —dijo inmerso aún en su extrañeza— Estás… —dirigiéndose ahora únicamente a su primo— Estás raro —sentenció, y entonces ambos rieron.

Jona además estaba delgado, MUY delgado (y el hecho de ya no llevar barba hacía que todavía lo pareciese más), tenía el cabello del mismo rubio que hacía cien años, aunque bastante más corto de cómo Bulky lo recordaba, y sus ojos (todavía) podían confundirse con los de un búho si no fuese porque los búhos no tienen los ojos azules; además de todo eso, calzaba unos deslustrados zapatos de piel de color negro que llevaba con los cordones totalmente desmadejados, vestía unos pantalones vaqueros que llevaba agujereados a la altura de las rodillas (Bulky se preguntó si es que las cosas no le habían ido tan bien en la ciudad como siempre había pensado, ya que parecía no poder comprarse unos pantalones nuevos) y una bonita camisa hawaiana de manga corta de color beige que llevaba abierta como si hubiera salido de su seta sin tiempo apenas para abrochársela, mostrando bajo esta una camiseta de color azul oscuro con el dibujo de una tabla de surf clavada en la arena y una gaviota aleteando de fondo, todo ello de un llamativo color amarillo y, y…

—¿Y eeeso…? ¡¿Qué narices es ESO…?!

—¿Qué narices es…? ¿Qué…?

—¡Eeeso! —preguntó Bulky de nuevo, señalando con el dedo el pendiente que colgaba del lóbulo de la oreja izquierda de su primo.

—Oh… —comprendió Jona entonces, sin saber qué alegar.

A continuación Bulky contempló un segundo a aquel otro gnomo, y olvidándose por un instante de lo MAL que la vida parecía haber tratado a su primo, desdibujó de su rostro su expresión incrédula y le sonrió a aquel otro que vestía lo que estaba seguro de que debían ser unas Nike gnome, un pantalón vaquero del mismo estilo del de Jona (aunque sin agujeros) pero exageradamente ancho y que daba la impresión de que se le escurriría de la cintura en cuanto diese el siguiente paso, una camiseta blanca de tirantes, un montón de pulseras en ambas muñecas y un gorro que le recordó a Bulky a los que había visto una vez (la única vez, de hecho) que había visto una película (aquella en la que los ENORMES que actuaban vestían como lo hacían hacía casi cien años, con traje, largos chaquetones y gorros como aquel, mientras conducían unos de los primeros coches que se inventaron y todos ellos llevaban armas y se disparaban los unos a los otros). El amigo de Jona (que por lo menos llevaba gorro o algo parecido a un gorro, se dijo Bulky) lucía el cabello igual de corto que su primo, este era de un castaño muuuy parecido al suyo (lo que advirtió por las patillas que le caían a plomo hasta las mejillas, donde debería haber, se dijo lleno de perplejidad: ¡BARBA!), tenía los ojos tan pequeños como su primo los tenía grandes y del mismo azul intenso, unas cejas exageradamente pobladas, nariz aguileña y mentón (casi) inexistente.

Jona, sin embargo (mientras Bulky los sometía a él y a Rick a aquel examen tan riguroso), se dijo que lo único en lo que parecía haber cambiado su primo era en dos cosas: en la altura (¡¿Cuánto medía?! ¡¿Tres con nueve?! ¡¿CUATRO…?!) y en la barba que ahora lucía (ya que la última vez que lo vio, era esta apenas una triiiste pelusilla que con esfuerzo le cubría la barbilla, y ahora le caía sobre el pecho rizada y perfectamente peinada como la de todo un SEÑOR GNOMO). Por lo demás, Bulky conservaba el mismo tono cobrizo en su pelo de color castaño, corto y totalmente alborotado (aquel que tanto gustaba a todas las hembras del bosque en aquellos tiempos en que Jona y él vivían juntos, con los padres de Bulky, bajo la raíz del mismo árbol), lo coronaba con un porkpie de color azul claro y vestía eeexactamente igual que siempre: camisa de cuadros de color marrón, pantalones bombachos de lana de color verde y botas cortas de pelo de gato de color gris (tal cual como lo hacía Jona también cuando también él vivía en el bosque).

—Eeen serio, legos… —los interrumpió Rick finalmente, conteniendo a duras penas las risas— Mejor nos movemos. ¿Vale…? —dijo señalando con la mirada otro enorme autobús que hacía entonces su entrada en la cochera para autobuses de la estación de la Sexta Avenida—. Ese pasa por el shark.

Pero Bulky permanecía inmerso en sus pensamientos (¡¿QUÉ narices está pasando aquí con las barbas de todo el mundo?!), totalmente abstraído, cuando su primo (¡definitivamente!) lo agarró del brazo y lo obligó a ponerse en marcha, antes de que el autobús que acababa de llegar y que tenía que acercarlos al Sharkbar partiese sin ellos.


En el autobús

 

Bulky no había esperado encontrarse tan pronto de nuevo en el interior de otro autobús, pero ahí estaba, con su primo al que hacía un siglo que no veía y que casi no reconocía y con otro gnomo tan raro como raro se había vuelto su primo desde la última vez que lo vio a principios del siglo pasado.

Por lo menos este autobús no iba tan, tan lleno como el que lo había traído desde Tallahassee, había muuuchos menos ENORMES en su interior y el aire resultaba bastante más respirable. Y entre tanto traqueteo, zarandeo, parada…, ¡freno! y ENORMES que se suben y ENORMES que se apean (vigilando siempre que ninguno lo pisase ni que pisasen tampoco su petate) Bulky consideró que aquella sería una estupenda oportunidad para conocer mejor a aquel otro gnomo al que su primo le había presentado como Rick Peladilla (y que era, según Jona, el gnomo con más primos que había conocido nunca. “¡Y es un VIVIDOR!” le dijo además, vigilando con el rabillo del ojo que no los escuchase cuchichear. “¡Nooo trabaja, vive del dinero de su familia y colecciona cascos de star wars de lego! ¡Ah…!” añadió también, en un último instante “¡Y NO. TE. METAS… Con su apellido!”).

Así, Bulky decidió dedicar toda su atención al tal Rick…, Rick… (“Rick Peladilla. Creo” se dijo), y le preguntó:

—¿Rick, Peladilla? ¿Verdad…? —pronunció con un timbre de duda en su tono de voz.

—Vaaamos, lego… —fue lo primero que le dijo el tal Rick, con una sonrisa forzada y un “vete a tomar por el culo” escrito en la mirada (claro que Bulky no supo cómo leer aquella mirada), pues como tantas otras veces Rick se veía venir la misma coña que seguía siempre a su apellido cada vez que alguien lo nombraba, así que no dejó continuar hablando al primo de su amigo y le dijo—: Ahórrate el chiste, ¿quieres…?

—¿Qué chiste…? —no entendió Bulky.

—El chiste —le explicó Rick—. La miiisma coña de siempre —demostrando con cada gesto de las manos y cada mueca enmarcándole la cara la facilidad con la que se desquiciaba cada vez que le hacían la misma broma—. Vale… Mira… —le dijo no obstante, y trató de explicárselo—. Yo preferiría apellidarme Patillas, o Aveces, como tú, ¿estamos…? ¡Pero me apellido Peladilla! Pe. La. Di. Lla. —pero Bulky no reaccionaba, y Rick insistió—: ¡Joder! ¡Intenta pronunciar “Me apellido Peladilla” muy deprisa cuando vayas fumado!

—…¿Fumado? —realmente aquel gnomo de provincias no parecía entender gran cosa.

—¡Leches! —se quejó Rick de nuevo— ¡Mis padres SÍ debían de ir fumados el día en que repartieron los apellidos!

—¡Sería que vivían dentro de una seta alucinógena! —los interrumpió Jona entonces, riéndose como un descosido.

—¡Tú! ¡¿Por qué no te vas a tomar por culo?! —le respondió enseguida Rick.

—Te había diiicho que no le preguntases por su apellido, primo —se encogió de hombros entonces, a modo de disculpa—. Que es que… ¡Es MUY susceptible con eso!

A continuación, se produjo un instante de silencio que Bulky no supo interpretar, y entonces se dispuso a preguntarle a aquel gnomo lo que realmente quería preguntarle antes de que comenzara a despotricar sobre el apellido de su familia.

—Rick —se tomó la libertad de dirigírsele por su nombre de pila—. ¿Qué significa eso que no dejáis de decir? Eso que mi primo y tú decís constantemente ¿Cóoomo es…?

—¿Cómo es…? —se mostró de repente solicitó Rick (porque aunque era de esa clase de gnomos que se desquician con facilidad, también lo era de esa otra clase a los que se les pasa enseguida).

—Mego. Pego. Tego… —trató de hacer memoria Bulky.

—¡Ah! ¡Lego!

—…¡Sí! ¡Eso! ¡Lego!

—¿Cómo explicártelo…? —y de repente Rick se vio en la obligación de echar una mano en lo que le fuera posible a aquel gnomo venido de fuera que era además primo de su mejor amigo—. ¿Nunca has oído a los ENORMES referirse a otros de su misma especie como “camarada”, “colega” o “tío”…?

—Procuro no acercarme a los ENORMES.

—Ya —se dijo Rick (y pensó en mandar también a éste a tomar por el culo, pero parecía realmente interesado, así que trató de explicárselo de otro modo)—. Bueno. Pues los ENORMES utilizan esos apelativos entre ellos, para llamarse los unos a los otros, para avisarse de cualquier cosa o para atraer la atención del otro, ya sabes, que si “tío” esto o “tío” aquello —y entonces trató de imitarlos—: “¡Eh, tío, pásame el peta!” —“¿pe… ta…?” pensó Bulky—. “¡Eh, colega, he roto con tu hermana!” —“…¡¿qué la ha qué?! ¡¿La ha ROTO…?!” se dijo también, pues al parecer tratar de averiguar el significado de la palabra “lego” estaba suscitándole nuevas dudas—. Ya sabes… —continuaba hablando Rick— Es una expresión. Pues bien —le explicó a continuación, para terminar—… Entre los gnomos utilizamos la palabra “lego”. Por los legos, ya sabes… —añadió cuando vio que Bulky no reaccionaba.

—¿Qué son… los legos?

—Son unos… —buscó entonces la forma de hacérselo entender— Son unos… muñequitos —dijo al fin.

—¿Unos muñequitos? —repitió Bulky.

—Sí. Unos muñequitos que pertenecen a unos juegos de construcciones que fabrican los ENORMES en una fábrica ENORME para regalárselos a sus hijos ENORMES en Navidad, o por sus cumpleaños, y que miden lo miiismo que nosotros. De hecho… —le explicó entonces como quien hace una confidencia—, nos parecemos TANTO en tamaño a un lego…, ¡que una vez un primo mío terminó en el fondo de un cubo de piezas de lego y no volvimos a verlo más! ¡Teeerminó! ¡LITERALMENTE! —llegados a este punto, Rick se sintió bastante satisfecho consigo mismo, ya que consideró que se lo había explicado bastante bien—. Por eso, entre nosotros, decimos… “¡Eh lego!” —¡terminó con una sonrisa! Pero la ambigua expresión que ocupaba por completo la cara del primo de su amigo seguía ahí, y Rick se dijo que tal vez no se lo hubiera explicado tan, tan bien como había creído—. No lo pillas, ¿verdad…?

—¿Qué es… lo que tengo que pillar? —le preguntó Bulky entonces, mirando en todas direcciones a su alrededor, confuso. Pero enseguida se olvidó de aquella nueva expresión (“peta”, “romper a la hermana de uno”, “pillar… ¿El qué?”…) y prefirió centrarse en la palabra que les ocupaba desde un principio: lego.

Así que preguntó de nuevo:

—Y los “legos” esos… ¿De qué bosque has dicho que vienen…?

Efectivamente, se dijo Rick, NO, no lo había explicado tan, tan bien como había pensado, y se quedó callado (pero no por falta de educación, pues de hecho Rick era un gnomo muy educado, bastante más que la mayoría, sino porque se había quedado sin argumentos)… ¡Cuando de repente un GIGANTESCO bache en el camino que hizo que el autobús al completo se tambaleara igual que si viajaran en una montaña rusa, lo ayudó a reaccionar! Y gritó…:

—¡COÑO!

—¿Qué es “coño”? —le preguntó Bulky ahora.

—¡Joooder…! ¿Pero por qué COÑO preguntas por todo…?

—¿Qué es “joooder”?

—Olvida eso —le pidió Rick, quien de repente parecía alarmado, inseguro y muy pero que muy nervioso—. Es solo otra expresión —le dijo (ya que Bulky seguía mirándolo a la espera de una respuesta mejor)—. ¡Es que me he asustado!

—¿Por qué?

Otro bache.

—¡Coño!

—¿Te has vuelto a asustar?

—¡Sí!

—¿Por qué? —Bulky (de nuevo).

—¡Porque NO me gustan los autobuses!

—¿Por qué? —Bulky de nuevo (de nuevo).

Llegados a este punto, Rick se estaba exasperando más que asustando, y estuvo a punto de preguntarle a Bulky por quée preguntaba do, y estuvo a punto, a punto de preguntarle a Bulky por quñéé co** respondía a todo preguntando “por qué”, pero el hecho de que a Rick le gustasen tan poco los autobuses no era objeto de cultural general (sino todo lo contrario, muuuy personal) y aquello era algo que aquel pobre gnomo provinciano no podía saber. Así que (una vez más) trató de explicarle:

—Verás… —y si esta vez no conseguía hacerse entender, se dijo, se pegaría un tiro— Subirse a un autobús es un riesgo de la leche, ¡y una de las causas de mortandad más frecuente entre los gnomos de ciudad! ¿Sí…? —le preguntó. Bulky asintió y Rick continuó—. Pero si lo que quieres es desplazarte con rapidez, ESTA es la mejor forma, y el problema es que hay que ingeniárselas para estar ya dentro antes de que se suba el último ENORME y las puertas se cierren y el chófer arranque con algún pooobre gnomo desgraciado todavía fuera. ¿Lo entiendes…? —Bulky asintió de nuevo (claro que lo entendía, se dijo, había llegado hasta allí en autobús)—. De hecho, fue así como una vez perdí a un primo mío —continuó explicándole Rick—, y no es que muriera aplastado por las ruedas del autobús, no, pero el caso es que las puertas se cerraron antes de que lograra entrar y…, y ya nadie volvió a verlo más.

—Ya —pronunció Bulky finalmente, dándose cuenta de que en el poco tiempo que llevaba charlando con aquel gnomo ya había sabido de la muerte de dos primos suyos, y entonces prefirió cambiar de tema—. Realmente no nos ven. ¿Verdad? —pronunció al cabo de un rato, dirigiéndose (de nuevo) a Rick, al tiempo que haciendo tooodo tipo de absurdas cabriolas con tal de llamar la atención de una mujer ENORME que permanecía sentada en el asiento para ENORMES que tenían justo enfrente.

—No —le dio Rick la razón, ignorando ya si debía exasperarse o simplemente arrepentirse de haber tratado de explicarle nada a aquel gnomo (pero para entonces ya parecía más tranquilo que hacía solo unos segundos); añadió—: No. No nos ven. Ni aunque quisieran.

—Aaalgo de eso había oído —confesó Bulky meditabundo—. Me lo dijo Papá Neichi —explicó a continuación como si todo el mundo conociera a su abuelo—. Pero en el bosque no nos mezclamos con los ENORMES. No vemos muchos, de hecho ¡Y ni mucho menos compartimos transporte con ellos!

—Ya —pronunció Rick, quien ya no estaba seguro de saber si lo que quería era seguir platicando con aquel gnomo.

—¿Cómo es…?

Tras esta, su enésima pregunta (¿En serio? ¿Otra pregunta…?), Rick se lo quedó mirando durante un buen rato antes de arquear una ceja, devolverla a su posición, volverla a arquear y finalmente contestar:

—¿Cómo es…, el qué? —se ofreció de nuevo (porque Rick era un gnomo que por su naturaleza podía exasperarse fácilmente, pero nuuunca renunciaba a tratar de ayudar a los demás).

—¿Cómo es que no nos ven?

—Verás… —trató de explicarle (otra vez)— No nos ven porque para ellos resulta inverosímil (¡porque no puede ser!) que alguien como nosotros EXISTA. No lo contemplan siquiera, y es su propio subconsciente el que se lo niega, haciéndonos prácticamente… ¡Invisibles! ¡Les resulta tan, tan… —separó cuanto pudo las palmas de sus manos una de la otra—, taaan incomprensible!, que creen no haber visto nada. ¡EN SERIO! ¡Aunque estuvieras delante mismo de sus narices, enseñándoles la chorra! —“¡¿La… queeé…?!” se dijo Bulky (otra palabra que no sabía qué narices significaba; cosa que sí debía saber Jona cuando los interrumpió con el comentario de “Si le enseñas la chorra a una ENORME dudo mucho que vea GRAN cosa” antes de echarse a reír de nuevo como un descosido)—. ¡Es un… ABSURDO! —continuaba Rick en su empeño de conseguir que aquel gnomo de bosque entendiera algo de cuanto le explicaba—. Tan, tan, tan absurdo… —Jona seguía riendo y Rick haciendo oídos sordos—, que aunque nos vieran realmente no conseguirían asimilarlo. ¡En serio! Puedes pasearte por delante de cualquiera de ellos y hacerles tooodo tipo de señales… ¡Lo estás haciendo! —cayó de repente en la cuenta, pues Bulky seguía haciendo cabriolas delante de aquella mujer ENORME—. Y aun así… ¡No te verán! No obstante, ha habido casos de ENORMES que han entablado algúuun tipo de relación con un gnomo —le explicó también (cuando Jona miró a su amigo con sorna y éste le contestó “¡Pero no esa clase de relación! ¡SO BESTIA!”).

—Como el pibe —intervino Jona no obstante a pesar de la reprimenda.

—Como el pibe —le dio la razón Rick—. Aunque son solo casos aislados —añadió finalmente—, de los tiempos de nuestros abuelos… Ya sabes.

—Vaaaya… —pronunció por todo pronunciar Bulky.

—¡Imagíiinate por novia una ENORME! —volvía Jona a la carga.

—¡ES MÁS! —otra vez Rick, corriendo un (es)tupido velo frente al último comentario de su amigo— ¡¿Quién puede negar que existan otros más pequeños que nosotros que sean para nosotros lo que nosotros somos para los ENORMES?! ¡Y que tampoco los viéramos! ¡Porque tampoco concebiríamos tal posibilidad!

—Vaaaya… —Bulky de nuevo— ¡¿U otros más pequeños todavía que fueran para esos lo que esos serían para nosotros?!

—¡EXACTO!

—¿En seeerio…? —decidió (llegados a este punto) interrumpirlos Jona— ¡Anda, legos! ¡Vamos! —los animó a dejar de filosofar cuando al fin el autobús se detuvo en la parada de la playa que quedaba justo enfrente del Sharkbar— ¡Vamos a privar!

 

Pero una vez se apearon y caminando ya en dirección al Sharkbar, Bulky y Rick seguían fantaseando:

—¿Pero pooor qué el gnomo ha decidido emigrar a las ciudades…? —pues era AQUELLA, de todas, la cuestión en la que a Bulky más le interesaba ahondar— ¡Es una locura

—¿Por qué los ENORMES van al espacio? —quiso responderle Rick con otra pregunta, y sin darle tiempo a responder,, y sin darle tiempo a respoinder eguntarkbar, Bulky y Rickseguél,…. concluyó— ¡Pues por lo mismo!

—No… —opinó Bulky, no obstante— No creo que sea comparable.

—No —le dio Rick la razón por una vez—. Tal vez no sea por eso. Tal vez… —y de repente se quedó un momento con la vista alzada al cielo, contemplando el infinito; Bulky siguió con su mirada la mirada de su nuevo amigo, pero solo vio nubes y un cielo que empezaba a oscurecer. Finalmente, Rick añadió—: Tal vez el gnomo viene hasta aquí porque aquí hay, hay… ¡Starbucks! ¡Y Burger King! ¡Y también un Virgin! ¡Y, y…

—¡EHHH! —Jona (agarrado al manojo de nervios que aún conservaba)— ¡Hemos llegado! Bulky, primito… —le rodeó entonces los hombros con el brazo— ¡Bienvenido al Sharkbar!

Entonces Rick dejó que los dos primos se le adelantasen unos pasos y que entrasen en el Sharkbar antes que él, observando a ambos desde la distancia y diciéndose que, finalmente, aquel gnomo provinciano le había caído bien :)